jueves, 1 de marzo de 2012

FEBRUARIUS BISEXTUS O EL ORIGEN ROMANO DE LOS AÑOS BISIESTOS


El calendario que conocemos actualmente tiene su origen en el primitivo calendario romano, el cual estaba estrechamente vinculado a la religión romana arcaica y planteaba serias dificultades a la hora de computar el tiempo de forma precisa.



Las dificultades que entraña el estudio del antiguo calendario romano ya fueron puestas en evidencia por los historiadores romanos de los siglos III y IV a.C. Estos, al estudiar las diversas fuentes que daban testimonio histórico acerca de la religión romana, se dan cuenta de que todas ellas ofrecían una cierta unidad, fruto de una organización consciente atribuida desde épocas muy antiguas al rey Numa, el segundo de los reyes de la Roma arcaica después del mítico Rómulo.


Por tanto, antes de la época republicana, es indudable la influencia etrusca del calendario romano y en esta etapa o a comienzos del período republicano, tras la expulsión del último rey, se habría llevado a cabo la organización del calendario romano.
El calendario arcaico de influencia etrusca precisó de una revisión por parte de los reformadores romanos del comienzo de la República ya que se trataba de un calendario solar que había de ser adaptado al sistema de datación lunar, propio de los latinos, en el que las fechas se establecían teniendo en cuenta las fases de la luna: las kalendae, el primer día del mes; los idus, coincidiendo con la luna llena; y las nonae, coincidiendo con el día del cuarto creciente.


Según la tradición romana, Rómulo había creado un calendario de diez meses (de marzo a diciembre) basado en el mes lunar sinódico, que constaba de 29,53059 días, esto es, veintinueve días y medio por cada mes, que en el cómputo anual hacían doscientos noventa y cinco días en total. Los romanos atribuían, en cambio, a su calendario veintinueve días justos a seis de los diez meses del año (abril, junio, agosto, septiembre, noviembre y diciembre) y treinta y un días a los cuatro meses restantes (marzo, mayo, julio y octubre).



El problema que surgía de este cómputo perjudicaba enormemente los ciclos agrarios y ganaderos ya que la primavera y el otoño, meses claves para la siembra y la recolección de los frutos e inicio y fin del pastoreo respectivamente, caían cada año en fechas y meses diferentes, sin poderse establecer con seguridad en qué mes empezarían la primavera o el otoño cada año.


El primer intento de solucionar este problema fue la reforma atribuida al rey Numa, según la tradición más extendida, y consistió en incorporar dos meses de relleno al comienzo del año, enero y febrero, quedando como tercero marzo, que hasta entonces había sido el primer mes del año, y retrasando el resto de meses en dos puestos, lo cual hizo que sus nombres, basados en el orden temporal que ocupaban (por ejemplo septiembre era el mensis septimus, octubre el octavus, etc.), fueran un tanto contradictorios con respecto a ese orden cronológico.


No obstante el calendario lunar de doce meses, con el añadido de los meses Ianuarius (mes del dios Jano, de 29 días) y Februarius (mes de las februa o purificaciones, de 28 días), seguía careciendo de días suficientes para poder ajustarse al año solar, pues constaba en total de 354,37 días, cuando el año medio trópico debía constar de 365,25 días.


Para ajustar ese desfase y equilibrar los años lunar y solar se buscó una nueva solución que consistió en introducir cada dos años a partir del 23 de febrero un mes embolismal con 25 o 28 días intercalares alternativamente, al que llamaron Mercedonius. Pero este procedimiento tampoco solucionó las cosas, ocurriendo el desfase cada año en estaciones diferentes. Así que fue entonces cuando los meses del año tomaron un cómputo de 30 o 31 días alternativamente.
 
Hacia el 47 a.C., cuando Julio César desempeñaba el cargo de Pontifex Maximus, la diferencia entre el calendario lunar y el solar rondaba los tres meses. Julio César emprendió entonces la conocida como Reforma Juliana, en colaboración con el astrónomo griego Sosígenes de Alejandría, y alargó el año 46 a un total de 445 días, que, por fin, acabaron con el desfase anual. 

El procedimiento para conseguirlo fue repetir la misma fecha ochenta y una veces y el año 46 a.C. recibió, por ello, el nombre de annus confusionis. Para evitar futuras confusiones, Julio César estableció que a partir del siguiente año (45 a.C.) cada año tendría 365,25 días y que cada cuatro años se añadiría un día de más detrás del 24 de febrero, que era, según el sistema de datación romano, el sextum diem ante kalendas Martias, esto es, el sexto día antes del 1 de marzo (se eligió la fecha colocarlo ahí en recuerdo del calendario del rey Numa, en que febrero constaba de 24 días). Al tener ese año dos veces el día 24, dos veces el día sexto, se utilizó el adverbio bis “dos veces” para designarlo, surgiendo así bis sextum > bisextum “dos veces sexto”, de donde procede la denominación actual año bisiesto.

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