La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre y el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, diversos políticos, jueces, representantes y miembros de asociaciones de víctimas del terrorismo y familiares de los fallecidos en los atentados del 11 de marzo de 2004 han conmemorado hoy en la Puerta del Sol de Madrid el sexto aniversario de la masacre de los Trenes de Atocha, con un homenaje a las víctimas de aquel cruel atentado.
Entre los actos de homenaje los dirigentes de la Comunidad de Madrid han depositado una corona de laurel a los pies de la placa colocada en su día como recuerdo de las víctimas en la fachada de la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. Como música de fondo sonaba el Réquiem de Mozart ...
CORONAS DE LAUREL
En la cultura clásica muchos árboles y plantas tuvieron un valor sagrado, como atributo de varias divinidades y objeto de culto y veneración. Tal es el caso del laurel, que es el atributo sagrado del dios Apolo.
Según la mitología, la ninfa griega Daphne pidió cambiar de forma porque Apolo, que requería sus amores en contra de la voluntad de la joven, la perseguía. La diosa Atenea la socorrió convirtiéndola en un árbol de laurel. Entonces Apolo, desconsolado por la pérdida, hizo del laurel su árbol sagrado, lo adoptó como símbolo y con sus ramas se hizo una corona.
En la antigüedad clásica a este árbol, además de relacionarlo con la gloria eterna derivada de las grandes hazañas, se le atribuían cualidades físicas y moralmente purificadoras (por ejemplo relacionadas con el fuego, dada su gran capacidad ignífuga) y se creía que aportaba inspiración poética y capacidad de adivinación, además de alejar los rayos producidos por las tormentas. Veamos esto en detalle.
En el contexto de la guerra y de las campañas militares, la corona de laurel era el símbolo grecorromano de la gloria, del honor y de la victoria en la guerra, estaba consagrado al dios Ares o Marte y se ofrecía como premio a los guerreros victoriosos. Derivado de sus cualidades purificadoras, se usaba en los desfiles triunfales para simbolizar el hecho de que el vencedor deseaba limpiarse de la sangre derramada en las batallas.
Por el hecho de estar relacionado con el dios Apolo, protector de la poesía, la música y las demás artes, con el tiempo pasó a simbolizar directamente las victorias y los triunfos de cualquier orden, por la inmortalidad que simbolizaban sus hojas perennes que nunca amarilleaban. Sí pues, se empezaron a adjudicar coronas de laurel a quienes destacaban en las artes y las ciencias, para premiar a poetas, héroes y artistas, campeones olímpicos y como reconocimiento de grandes personalidades
Se le atribuían, además, cualidades purificantes y de cobertura contra el mal y la brujería. Por eso, sus ramas se colgaban en las puertas de las casas para mantener alejados a los fantasmas y a los malos espíritus, y no había domus romana que no tuviera a ambos lados de la puerta principal de entrada sendos árboles de laurel para proteger el hogar contra todo tipo de daños, malas influencias o maleficios.
En relación con su uso como pararrayos simbólico, la colocación de laureles en las puertas de las casas está relacionada con otro relato de la mitología clásica en que se narra cómo Zeus mató de un rayo al hijo de Apolo, Asclepio, dios griego de la medicina, por resucitar a los muertos. Apolo, herido a causa del fallecimiento de su hijo, dio muerte a los Cíclopes que eran los forjadores de los rayos. Esto originó la leyenda de que el laurel no podía ser alcanzado por el rayo y se empezó a utilizar como protector contra las tormentas.
Se creía por otra parte que el laurel otorgaba poderes visionarios y por ellos en famosos oráculos, como el de Delfos, se solían masticar hojas de laurel o aspirar vahos de la cocción de hojas de esta planta para inducir esos poderes y los consultantes del oráculo regresaban a sus hogares coronados de laurel cuando la profecía les era favorable.
Partiendo de la Antigüedad grecorromana, el simbolismo del laurel se mantuvo con gran arraigo durante la Edad Media, el Renacimiento, el Barroco y, más tarde en el mundo moderno y contemporáneo.
Actualmente, simboliza la inmortalidad y la eternidad en diversos contextos. De ahí proceden palabras castellanas como laurear (premiar) y laureado (premiado) y se suele usar con funciones honoríficas en actos políticos e institucionales de homenaje militar o civil, sobre todo, cuando ha habido pérdidas humanas.
Para más información sobre esta planta y su simbología histórica se puede consultar http://depalabra.wordpress.com/2006/10/24/laurel/
Un estudio interesante sobre la simbología del laurel desde los griegos hasta la época barroca lo encontramos en http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/06921737599127684410046/025579.pdf?incr=1
REQUIEM
El Réquiem en re menor KV 626 es una composición del maestro vienés W. A. MOZART fechada en 1791, en la etapa final de su corta vida. Presenta como forma musical la de una misa para cuatro voces solistas (soprano, contralto, tenor y bajo), acompañadas de coro y orquesta sinfónica barroca. En él Mozart explota los contrastes de la intensidad sonora, llevando la emoción subjetiva y musical al súmmum de la pureza et de la profundidad. Es una obra grandiosa que el compositor dejó inacabada en su lecho de muerte y que ha dado pie a diversas y variadas controversias y leyendas.
Actualmente se sostiene que la obra habría sido encargada por el conde Franz Walsegg-Stuppach al gran genio vienés, como homenaje musical a su esposa difunta. Mozart, consideró su composición como la representación musical de su propia muerte que ya notaba cercana y se dedicó a escribir febrilmente lo esencial de la obra, dictando en los últimos momentos de su vida, las directrices de cómo debía acabar la composición a uno de sus alumnos, Franz Xaver Süssmayr. Tras la muerte de Mozart a los 35 años de edad, siguieron los arreglos de Süssmayr y posteriormente, en 1819, Sigismond von Neukomm compuso el Libera me dándose, así, por concluida definitivamente la obra.
El título por el que es conocida habitualmente la obra, RÉQUIEM, es el acusativo singular del sustantivo de la 5ª declinación latina requies,-etis “descanso”, y se toma del término que inicia el primer verso del Introitus con el que da comienzo la estructura de este tipo de misas: Requiem aeternam dona eis, Domine “Dales el descanso eterno, Señor”.
Así pues, el texto de un Réquiem suele estar escrito todo en latín. Tal es el caso del de Mozart, aunque algunos compositores han adaptado el texto latino en sus obras de Réquiem a sus propias lenguas vernáculas o a otra lengua moderna.
Siguiendo la estructura de la misa, las partes que componen la estructura de estas composiciones y, por ende, la del Réquiem de Mozart, son:
INTROITUS
Requiem aeternam
Kyrie eleison
SEQUENTIA
Dies irae
Tuba mirum
Rex tremendae
Recordare
Confutatis
Lacrimosa
OFFERTORIUM
Domine Iesu
Hostias et preces
Sanctus
Benedictus
Agnus Dei
COMMUNIO
Lux aeternam
Las reminiscencias culturales del Requiem de Mozart, al ser la obra más famosa y conocida de entre las misas de difuntos, son incontables a lo largo de la historia de la cultura y la obra es utilizada en muchísimos actos de homenaje colectivo a las víctimas de alguna desgracia trágica, como hoy ha estado presente en los actos de homenaje a las víctimas de los atentados del 11-M de 2004 en Madrid.
En este post hemos tratado de extraer y explicar, partiendo de la simbología de este tipo de actos fúnebres, las reminiscencias y aportaciones culturales relacionadas con el latín y la cultura de los antiguos romanos y griegos. Y así, de lo malo y de lo luctuoso, podremos aprender algo constructivo.
Sea nuestra contribución al homenaje por los cientos de víctimas de aquel fatídico 11-M, que nunca olvidaremos, este fragmento del Réquiem de Mozart:
LACRIMOSA
Lacrimosa dies illa
qua resurget et favilla
iudicandus homo reus.
Huic ergo parce, Deus.
Pe Iesu, Domine,
dona eis requiem. Amen.
MALA SCRIPSIT
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